El mito de la obsolescencia programada, a examen
La obsolescencia programada es la práctica que consiste en limitar la vida útil de un artículo con el fin de incentivar el consumo. Un móvil nuevo, una lavadora nueva, renovar el televisor… Son acciones que cada cierto tiempo llevamos a cabo y cada vez con mayor frecuencia, a diferencia de esas lavadoras compradas en los 80 y que aún funcionan.
Los motivos que se asocian a esta práctica son la funcionalidad, la calidad o el mero capricho. Es cierto que la tecnología, al igual que ha avanzado a pasos agigantados, ha acelerado el ciclo de vida de los productos. A su vez, también ha contribuido a las miles de toneladas de basura que depositamos en la Naturaleza, teniendo un impacto ecológico demoledor. Es por ello que desde Yalpp queremos analizarlo un poco más a fondo.
Obsolescencia programada vs consumismo
Funcionalidad
Aunque los modelos de un año a otro apenas muestren avances, dado que en bastantes ocasiones nos encontramos con mercados maduros y saturados, lo cierto es que muchas veces deseamos adquirir nuevas versiones para obtener lo último que exista, la última funcionalidad que hayamos visto disfrutar a algún conocido. Todo, sin haber amortizado aún la inversión realizada y sin hacer un análisis razonado de los pros y los contras de la compra.
Calidad
De un tiempo a esta parte, todos los dispositivos han reducido su vida útil. Solo hace falta ver que los electrodomésticos que compraban tanto nuestros padres como nuestros abuelos podemos tenerlos aún hoy en casa y haberlos usado durante 20 años.
Ahora, una lavadora nueva, nos habremos dado cuenta de que en muchas ocasiones apenas tiene una vida útil de cinco años. El artículo está programado para dejar de funcionar correctamente después de un determinado tiempo o uso. Cabe señalar que también los precios bajan conforme es más fácil realizar una producción en masa y abaratar costes por unidad.
De hecho, la Universidad de Berlín y el Öko-Institut indica en su estudio sobre la obsolescencia programada que los consumidores cambian frigoríficos, televisiones y ordenadores cada vez más a menudo. Y no lo hacen por mero consumismo, sino por averías.
Capricho
Se basa en nuestro mero impulso de seguir tendencias. Es el caso de los móviles y otros gadgets, poseerlos ya se trata de un símbolo de estatus o clase. Es la versión más pura del consumismo, por lo que desechamos dispositivos que aún funcionan por unos nuevos tan solo para sentir que pertenecemos a un grupo. Esta tendencia es puramente tecnológica, y las empresas basan su estrategia en las emociones para obtener sus resultados.
Actualmente la obsolescencia programada está fuertemente asociada con las emociones. Deliberadamente se planifica la actualización continua, especialmente de dispositivos tecnológicos. Con ello se crea el deseo de adquirir el último modelo, incluso si este no implementa grandes mejoras. Algo que, desde luego no contribuye a decantar el debate.
Es por ello que nuevas corrientes, como el minimalismo, hacen hincapié en los beneficios de tener menos para que nuestra felicidad y bienestar no esté anclada a aquello que no necesitamos.
Sea como sea, cada uno de nosotros tenemos en nuestra mano hacer pequeños gestos modificando nuestra forma de consumir. Es una decisión nuestra. Realmente no somos conscientes del poder que tenemos. ¿A quién compramos? ¿Qué compramos? ¿Cómo compramos? ¿Cuándo compramos? ¿Por qué compramos? ¿Cuánto compramos? Todas son decisiones que tomamos de forma libre y personal.
Por tanto, es también nuestra responsabilidad, las de los consumidores, el cambiar esta corriente consumista sin freno, no dejarnos arrastrar por los grandes intereses empresariales. Debemos tomar conciencia de las repercusiones medioambientales que tiene cada acto de compra que realizamos. Lo debemos hacer por nuestro planeta, el hogar donde vivimos, pero también por nuestra propia salud mental y nuestro bienestar personal.
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