En una semana convulsa para toda España a causa de la segunda ola de COVID-19 —que mezcla el retorno a la actividad y la vuelta al cole—, las previsiones a corto plazo no son para nada esperanzadoras. Especialmente ahora que contamos con altas temperaturas y sin haber agotado aún el verano, lo que en un principio se creía que ayudaría a combatir la pandemia al sopesar, erróneamente, que este coronavirus se comportaría como otros, a imagen y semejanza de la gripe.
Es cierto que hay Comunidades Autónomas que pueden respirar con cierta tranquilidad —como Asturias—; pero el foco vuelve a ponerse sobre Madrid. Y es que en la capital de España la densidad de población y la necesidad de trabajar para poder subsistir —provocando que contagiados no guarden la cuarentena ante el riesgo de perder su trabajo— ha propiciado un aumento vertiginoso de contagios y de muertes.
Exceptuando el barrio de Chamberí, que presenta los mejores datos de contagio por cada 100.000 habitantes de toda la región, en parte explicado porque muchos vecinos han optado por quedarse en su segunda residencia —tanto dentro como fuera de la provincia—, el resto de la región presidida por Díaz Ayuso sigue pendiente de las próximas medidas: confinamientos selectivos o la reapertura IFEMA en medio de una escasez de médicos aguda a nivel nacional y con centros de salud y hospitales saturados.
Claro que no solo son los hospitales del sur de la Capital los que están al límite de su capacidad, ya que médicos especialistas del Clínico San Carlos, situado en Moncloa-Aravaca, a las puertas de Chamberí, en plena salida hacia la A-6, ha suprimido consultas no urgentes —convirtiéndolas en telefónicas aquellas que se puedan resolver de esta guisa— y cancelado la fisioterapia respiratoria que llevan a cabo los ya recuperados de la primera ola en las instalaciones hospitalarias.
Perfil del hospitalizado, según especialistas del Clínico San Carlos de Madrid
A falta de certezas científicas sobre enzimas o predisposiciones genéticas, el perfil más significativo de los hospitalizados ha virado de población mayor a “personas jóvenes de origen latino sin patologías previas”, aunque también existen personas de edad similar que presentan padecimientos considerados de riesgo.
Desde el clínico no han especificado si el origen se centra en reuniones sociales o por otros medios —como puede ser el transporte público o en el trabajo—.
De esta manera, es habitual encontrar pacientes de coronavirus entre los 25 y los 35 años en un hospital cada vez más saturado, al igual que el resto de la región. Si bien, se trata de un drama que ya se ha llevado vidas de hasta niños menores de 10 años; un grupo de población que se creía más seguro que el de los adultos a causa de encontrarse en etapa de desarrollo.
Esta coyuntura ha obligado a paralizar hasta las fisioterapias respiratorias de los convalecientes de la primera ola de coronavirus en la región madrileña.
Un larga recuperación incluso en casos leves
“Podrás volver a respirar como antes y hacer deporte, pero no hay que frustrarse por no recuperarse pronto. Tardarás meses. Hay que volver a entrenar los pulmones desde cero, casi como el resto de los músculos”. Estas palabras son las que la especialista del clínico pronunció con rotundidad tras la consulta telefónica que mantuvimos a colación de la espirometría a la que me sometí a mediados de septiembre.
Tras superar el COVID a finales de julio, con PCR negativa, apenas era capaz de levantar una silla o caminar 30 minutos sin fatigarme en exceso. Fui un paciente leve, sin neumonía; pero con cansancio extremo, llegando a no poder ni leer las noticias en la pantalla del ordenador porque la veía borrosa. También sufrí disnea —sensación de falta de aire— que aún hoy padezco aunque en menor medida hasta estando sentado si no me sitúo en una posición correcta y cómoda. No soy el único.
A nivel clínico soy una persona joven, deportista, con gran capacidad pulmonar y sin antecedentes previos. Pese a ello, empecé en marzo con los síntomas, la semana antes del confinamiento, pero se me descartó como afectado por coronavirus por no haber tenido un contacto de Italia.
De esa primera semana en la que realmente sentía que me ahogaba pese a tener una saturación por encima del 98%, pasaron casi 3 meses hasta que me realizaron una prueba PCR positiva – a finales de mayo-. La razón fue porque una persona de mi entorno presentaba fiebre y tos, pero no obtuvo un diagnóstico positivo.
Hasta finales de julio no me pudo atender ningún especialista, que me recetó un broncodilatador ante unos síntomas que no terminaba de entender y que quería analizar con una espirometría. Con la misma rotundidad que la expuesta en la receta, escuché varias veces en los meses anteriores que no era un caso urgente porque mi saturación no bajaba del 98%. Al menos, no necesitaba una silla salvaescaleras para mis quehaceres diarios.
Bronquios inflamados, las complicadas secuelas del coronavirus
La prueba llegó, sí; pero en septiembre. Casi medio año después de que comenzaran mis síntomas. El resultado, la parte alta de tracto respiratorio bien —de la nariz a los pulmones—; pero no así el tramo bajo —de los pulmones a los bronquios—. Estos, inflamados por la COVID-19 son los que producen esa disnea y atrofian parte de los pulmones, como provoca la inactividad en los músculos.
Tanto es así que el no practicar deporte, aunque sea andar una hora, convierte el día siguiente en una jornada larga y cansada en el que las molestias al respirar son un denominador común.
Durante esos más de 100 días, mejoraba durante 20 días y volvía para atrás. Desesperación es la palabra que mejor lo define a día de hoy, y “lo que aún te queda”, en palabras del especialista que me atendió con tanta humanidad como rigor.
La solución: fisioterapia respiratoria gracias a vídeos de YouTube y deporte
El único recurso, tal y como reconocen algunos especialistas en el clínico es “mirar los ejercicios en YouTube y practicar deporte a diario”, además de otros ejercicios, como los propuestos por el método buteyko. Una realidad desalentadora para todos aquellos ‘olvidados’ por una Sanidad colapsada ya por la segunda ola y que aún arrastramos secuelas que inciden en nuestra calidad de vida, y muchas de ellas de las que no conocemos una solución o una certeza.
A todo esto se le suma la posibilidad de volver a contagiarse sin saber si será mejor o peor la convalecencia o si los síntomas que aún arrastramos podrá llevarnos a la UCI. A lo que cabe sumar posibles secuelas cardíacas, más comunes de lo que se creía en un principio y que también precisan rehabilitación y puede que fisioterapia.
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